jueves, 12 de febrero de 2009

Cruza los dedos en un Hospital

Quiero contaros el suceso esperpéntico, más propio de una película de los Hermanos Marx o de Berlanga, que he vivido esta mañana en el Hospital de Jaén. Acudimos a primera hora de la mañana a las consultas externas tras la derivación previa del médico de cabecera. Estábamos en la sala de espera cuando anunciaron por megafonía el nombre de mi acompañante; para preservar la intimidad de mi acompañante, la seguiré llamando mi acompañante. Seguidamente, entramos a la consulta de nuestro médico asignado. Para que os hagáis una idea, el despacho era una habitación vetusta; bueno, mejor que vetusta que posee un aliento poético, era muy vieja, fría y de aspecto sucio.

Nos sentamos en las sillas frente a nuestro médico, que mantenía una actitud dispersa. Sin cruzar mirada alguna comenzó a hacer preguntas sobre los síntomas que presentaba mi acompañante. No había escrito ni tres líneas cuando irrumpió en la consulta una mujer vestida con bata blanca gritándole a nuestro médico: “¡pero, ¿qué haces tú aquí? No venía hoy fulano!” El médico le sonrió y, tras intercambiar varias frases cordiales, se fue sin despedirse. A continuación, nuestro médico regresó al análisis de la sintomatología que era el asunto que nos había llevado allí. Pero antes de dar un paso más sonó el móvil que guardaba en el bolsillo de la bata. Evidentemente tenía que contestar, era cuestión de vida o muerte. Las palabras literales de nuestro médico fueron: “bueno, ya me he enterado que se ha anulado, ja ja ja”.

Pasados diez segundos, apareció de la habitación contigua otro hombre también ataviado con bata blanca, solicitándole a nuestro médico que lo acompañara para no se sabe bien qué. En ese instante, tuve el impulso de agarrar el brazo de nuestro médico para que no se largase con aquel tipo. Porque claro, mi acompañante y yo, necesitábamos que nuestro médico pusiese todos sus sentidos en el tema que nos incumbía, o al menos 2 o 3. Durante aquellos diez minutos el médico nos pertenecía. El caso es que se marchó y al cabo de 5 o 6 minutos volvió a la mesa. Nada más tomar asiento y coger el boli, entró otro hombre, esta vez vestido de paisano, que se dedicó a hurgar en los papeles que rodeaban a nuestro medico, abrir el armario y coger varios artilugios, hasta que se sentó a un lado de la mesa. Mientras yo observaba a dicho sujeto, nuestro médico le pidió a mi acompañante que lo siguiera. Perplejo y totalmente desconcertado me quedé sentado sin saber qué hacer. Una auxiliar que merodeaba por allí me preguntó: “¿por qué no has ido con ellos?”. Y yo, desde mi absoluta sinceridad, le contesté: “no tenía ni idea que se iban”. Muy amablemente me llevo al lugar donde se encontraba mi acompañante, otra habitación igual de desangelada situada en el mismo pasillo. Al entrar suspiré aliviado cuando comprobé que mi acompañante seguía con vida.

Después de finalizar la auscultación volvimos a la consulta, pero antes de entrar, descubrimos que otro hombre con bata blanca la había invadido y, en el lugar que teníamos asignado, se hallaba otra mujer a la que estaban atendiendo. Nuestro médico nos indicó que permaneciésemos en el pasillo un momento. La puerta quedó entreabierta y contemplamos como el hombre con bata blanca y nuestro medico charlaban a carcajadas mientras veían un video en el móvil. Transcurridos otros 5 minutos recuperamos nuestros asientos con ganas de manifestarle nuestras quejas, pero por miedo a que definitivamente pasase completamente de nosotros, no abrimos la boca. Nuestro médico apuntó las últimas frases del diagnóstico y prescribió un tratamiento, además de solicitar otra prueba para descartar cualquier tipo de dolencia no detectada. Por cierto, tuvo que redactarla a mano porque el ordenador estaba roto. Después de eso, nos levantamos y salimos corriendo del hospital.

jueves, 5 de febrero de 2009

El curioso caso de Benjamin Button

Hay algunas películas que desde las primeras imágenes ya sabes que van a ser muy buenas: la frase inicial que te introduce de lleno en la aventura, el escenario, la música. Eso ocurre con la inusual historia de Benjamin Button, una persona normal que nació en circunstancias inusuales. De entrada, hay que explicar que está basada en un cuento fantástico de F. Scott Fitzgerald rebosante de vida (es asombroso como las historias más inverosímiles pueden alumbrar los sentimientos más profundos del ser humano). Y en el fondo es sólo eso, un puro cuento, con moraleja incluida, una vida contada.

El filme en su conjunto está completamente ajustado, presentación, nudo y desenlace. Nda desentona, como si todos los miembros del equipo artístico y técnico se hubieran contagiado de la maravillosa criatura que tenían entre manos; la mágica y bellísima estética visual, las interpretaciones emotivas del reparto, diálogos acertados por su franqueza y trascendencia, escenas cuidadísimas hasta el más mínimo detalle con un simbolismo embriagador, pero el mayor logro de la película es que conduce al espectador a identificarse con la vida de un hombre común, dentro de unas circunstancias personales extraordinarias, donde confiesa sus luces y sus sombras, adversidades, pérdidas, sueños, amor. Y lo hace envolviéndonos en un halo mágico, haciéndonos sentir especiales al formar parte de los avatares de este ser a contracorriente.

Con este trabajo, su director David Fincher se erige como unos de los más grandes autores contemporáneos. Si bien es cierto que, tras la asombrosa “Seven”, cayó en un cierto comercialismo efímero en “The Game” y “La Habitación del Pánico”, pasando por películas que siendo valiosas (El club de la lucha y Zodiac) dejaban sensaciones encontradas. Pero ahora ya no cabe la duda, El curioso caso de Benjamin Button es una enorme película, arrebatadora, alucinante, que permanecerá en el tiempo, envejeciendo como deben hacerlo las obras maestras, mejorando con los años. Nadie puede perdérsela.

"Aquel que ha sentido una vez en sus manos temblar la alegría no podrá morir nunca" JOSÉ HIERRO