Una de las cuestiones no resueltas respecto a la naturaleza humana es si la maldad puede venir impresa de forma innata o si es una cualidad aprendida. Cuando comprobamos que hay personas que tienen como “leitmotiv” hacer daño por encima de cualquier otra motivación más benigna, cuando en la mirada de los delincuentes de ETA no se intuye ni el más mínimo resquicio de resentimiento, cuando existen menores sin escrúpulos que cometen violaciones contra otros menores más indefensos, cuando siguen apareciendo de forma periódica nuevos casos de violencia de género, es imposible no cuestionarse la compasión de toda la especie. Sobre estre debate yo he llegado a una conclusión personal, que puede que no sea la más acertada, pero sí cubre mis expectativas al fin y al cabo. Pienso que todas y cada una de las personas al venir mundo traen consigo todo el espectro de cualidades personales posibles (bondad, serenidad, agresividad, afecto, empatía, etc.), y que será por medio de la experiencia y el carácter propio lo que haga que se desarrollen unas más que otras, siendo las más fuertes y las que nos contagie el ambiente las que predominen al final.
Al hilo de este razonamiento quería apuntar también el irrefrenable avance de un subtipo de maldad que inunda nuestra sociedad: la falta de civismo que tenemos que soportar en nuestra rutina cotidiana (“civismo: comportamiento respetuoso del ciudadano con las normas de convivencia pública”). Da igual que una anciana cargada con bolsas no pueda abrir la puerta de su casa, tranquilos, nadie va a ayudarla. Que entras en un ascensor y no puedes respirar por el asfixiante humo de puro, no importa, como el fumador se ha ido no hay a quien acusar. Que hay personas que llevan esperando su turno en una fila durante horas y aparece el listillo de turno para colarse enfrentándose a todos, pues da lo mismo. Y ya no digamos el peligro que pasamos cuando montamos en un coche y nos adentramos en la jungla de asfalto, “sólo puede quedar uno”…
Tengo la sensación de que cada vez cuesta más ponernos en la situación de los demás, empatizar con los sentimientos de aquel que sufre, y sólo vale imponerse por la fuerza. No sé si esta actitud será una consecuencia de la anestesia emocional a la que nos ha sometido la televisión por la sobredosis de penalidades que ofrece o por el individualismo salvaje que dirige nuestras vidas. El caso es que el maquiavelismo rige los actos humanos, y es mucho más difícil encontrar dignidad entre la sordidez que empaña a las personas. Por eso, a muchos nos sorprendió gratamente que el Hospital donde falleció hace algunas semanas un bebé asumiera sin ninguna excusa toda la responsabilidad, ¡se responsabilizaron de su error!, increíble. Pero más increíble aún es que esto ocurra tan poco.