viernes, 19 de febrero de 2010

LA PAREJA

No podía retrasar más la decisión. El tren partía en diez minutos y Fabián le había pedido que se quedará con él para siempre. No le prometía grandes cosas, sólo una vida entera. Ella temblaba en el andén mientras agarraba fuertemente sus manos y el ruido de la estación crecía y menguaba sin cesar. Miraba la ventanilla del vagon asignado, e inmediatamente, se hundía en los ojos encendidos de Fabián. Tenía que volver, se decía; su vida estaba en España, en la casa que acababa de comprar en la costa y dónde le esperaba su familia, marido y dos hijos. Después de tanto luchar, de cientos de horas solitarias esperando un destino propicio, ahora surgía la felicidad inesperada, la plenitud absoluta materializada en aquel hombre. A Fabian le enfurecía la indecisión de Marga, no entendía por qué tantas dudas, su convicción era indestructible y siempre que tomaba una decisión moría con ella. Sin embargo, estaba paralizado, zarandeado por el humo de los trenes que correteaba a ras de suelo, vencido por aquella mujer dulce e hipnótica, a merced de unas palabras que nunca terminaban de llegar, me quedo contigo. Los segundos pasaban veloces, pero a la vez, el instante parecía suspendido en el aire, como en una burbuja que los aislase del trajin del mundo. Él sintió como las manos de ella huían de su piel, y Marga desapareció sin más, como perdida en un sueño que no supo retener. Todo había terminado, vidas cruzadas que se dirigían a otros destinos. Pasó el tiempo y, aunque ellos no volvieron a encontrarse jamás, se sabe que los dos enloquecieron, y raro fue el día que no regresaron a la moribunda estación para sentirse vivos.

domingo, 14 de febrero de 2010

Soñando

Otro semana que se va, otra capa de olvido que añadir a una memoria cada vez más llena. Veloces surgen los pensamientos que buscan el asidero de un sueño o una esperanza que nos catapulta libres a un mañana que aún no ha nacido, montados sobre la imaginación invencible que habita nuestro ser, tranquilos y aliviados porque siempre tendremos un refugio que atenúe los pinchazos de dolor que, con tanta saña, alumbra la existencia. De este modo, pasamos los días millones y millones de personas, andando por las calles ajenos a la suciedad y pesadez que soportan los cuerpos, poblando nuestra conciencia de una mágica irrealidad, como personajes de un teatro que se representa entre bambalinas. Construimos escenarios más propicios para el romanticismo. Así, por ejemplo, algunos caminan hacia su trabajo mientras creen despertar en una cama enorme de un hotel misterioso, o como otros, que cuelgan la ropa humeda en el tendedero del patio a la vez que surcan océanos en un velero de papel. Necesitamos, en ocasiones, apartar la visión de la crudeza que nos rodea, sumirnos en un viaje que no va más allá de la punta del pie, pero que nos hace más soportable la caída, nos limpia el corazón, hace que la tristeza parezca una simple marioneta en manos del guerrero que, con nuestro nombre, esquiva las balas afiladas del presente. A veces, cuando estoy solo en mitad de un parque, o en algún lugar concurrido, en silencio me siento invisible y charlo conmigo sobre cómo sería el mundo si pudiese convertirlo en un cuento, transformar los momentos más dolorosos en notas de una dulce melodía, algo parecido a lo que hizo el protagonista burtoniano de Big Fish con su vida. Fantasear con que todo lo que nos ronde, sea bueno o sea malo, tuviese que pasar por el tamiz de la alucinación para ser real. En cierta manera, sería como obtener una mínima victoria sobre la muerte.

"Aquel que ha sentido una vez en sus manos temblar la alegría no podrá morir nunca" JOSÉ HIERRO