domingo, 12 de diciembre de 2010

el discurso de Nobel

Cada vez que esté bajo de ánimo, que piense que la vida es una mierda, que se haga cuesta arriba la tarea más nimia del día a día, me acordaré de las palabras de Mario Vargas Llosa en su discurso del nobel, de su entusiasmo por la vida construida a través de la ficción. Entonces, como dice el escritor, espero seguir teniendo en mis manos una novela, esa arma silenciosa contra la desidia y el desaliento. Podré recurrir a la imaginación, mía o de otros, para hacer más satisfactorio el impas del tiempo, porque creo que siempre estamos en un interludio del porvenir, en una continua desazón, en el miedo a que lo que estamos viviendo ahora esté a punto de terminar y cada vez queden menos cosas que nos salven. A veces, esta disyuntiva provoca eso que llaman angustia vital. ¿Y cómo defendernos de esa tundra de soledad y penurias con las que nos agasaja la vida? Pues sólo podemos construir un parapeto a base de ficción; tener la oportunidad de vivir en otros mundos, en el traje de otros personajes que recorren un periplo vital que alimenta nuestra monotona respiración, que nos hace vibrar. Al fin y al cabo, eso es lo que desea el ser humano: vibrar con el sexo, con una buena comida, con el atardecer, con un segundo de silencio en el lavabo...

Nunca olvidaré del discurso de Vargas Llosa, hará que no pierda el norte de mis anhelos, y siempre tendré cerca un buen libro, una buena película, un delirio, para sentirme más vivo, para que este mundo, a veces estático y duro, no dé al traste con mi alegría.

"Aquel que ha sentido una vez en sus manos temblar la alegría no podrá morir nunca" JOSÉ HIERRO