martes, 20 de abril de 2010

AQUELLA NOCHE

Quédate conmigo, dijo con voz arenosa,
y vio más alla de las paredes
un océano abierto a toda esperanza.
Tocó su piel sin premura,
como si pisara una alfombra de agua
que no quisiera estropear.
En ese instante todo callaba;
las sabanas, las estrellas, la historia...

Los dos últimos náufragos
en una isla de carne.

Entraron el uno en el otro
y dejaron de existir.

Pasaron fugaces las horas,
que lacerantes como una tierna droga
se incrustaba suavemente en sus venas.

En el tibio alumbramiento de la mañana,
todavía ausentes, los mecía
un rumor de constelaciones en los labios.
Nada se oía en las afueras del dormitorio,
la consciencia parecía una montaña
de inválidas cenizas
esparcidas en una gran noche a la deriva.

Como una alucinación,
como una reverberación espasmódica
de luciérnagas presas en el pozo de la lujuria
sentían que perdían la pureza vivida.

Cada uno tomó su camino
a lomos de sus huesos efímeros,
y de nuevo simples mortales
regresaron derrotados a sus quehaceres.

"Aquel que ha sentido una vez en sus manos temblar la alegría no podrá morir nunca" JOSÉ HIERRO