domingo, 7 de noviembre de 2010

Castillos en el aire


De pequeño tenía una baraja de cartas con la que solía construir castillos en el aire. Me gustaba ver ese panal triangular pendido de la nada, ese edificio efimero hecho de paciencia y esmero. Ahora, que ya soy adulto y he perdido la baraja en algún cajón, veo que aquellas construcciones, en el fondo, eran el fundamento de mí mismo; tentativas de sentirme más grande, derrumbadas siempre, una y otra vez sobre la mesa. El niño que tenía delante ese castillo frágil que parecía batirse en duelo con el aleteo de una mariposa, soy yo ahora dentro de esas cartas, tembloroso, perdido muchas veces, ruinoso en otras, y levantado de nuevo como las cenizas acartonadas del ave fenix.

¿Cuantas veces tenemos que caer para finalmente mantener el equilibrio? Lo hacen los bebes y los hacemos de adultos cada vez que despunta el día, y nos sentimos defraudados por el mundo que nos rodea o quedamos en evidencia por un error que hemos cometido. Entonces, ese castillo se derrumba y parece que jamas vaya a volver a alzarse. Sin embargo, antes o despues, crece en nuestro interior, como si las manos invisibles de ese niño que se ha hecho mayor fuesen colocando, nuevamente, una a una las cartas hasta devolverle su forma original.

Porque a fin de cuentas estamos moldeados de nuestras propias ruinas, capas y capas de ruinas, fracasos, miedos, dudas y esperanzas truncadas... que por arte de magia se convierten en ese castillo de naipes que se erige sobre nosotros para ayudarnos a seguir. Con los años, poco a poco, se van perdiendo muchas cosas y adquiriendo otras, pero lo que nos salva es poder ser cada día una castillo nuevo, con sus torres altas desde las que mirar el horizonte, la razón de nuestra existencia.

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"Aquel que ha sentido una vez en sus manos temblar la alegría no podrá morir nunca" JOSÉ HIERRO