domingo, 25 de enero de 2009

LA CASUALIDAD

Pienso que las casualidades encauzan el devenir de los acontecimientos. Algunas pasan inadvertidas a la conciencia y otras nos parecen tan maravillosas que las imaginamos impulsadas por una fuerza superior. Yo, aunque no creo en divinidades, descubrí una de esas personalísimas casualidades surgida del mayor de los azares y, posiblemente, sin relación alguna, pero que ante mis ojos, hacen que me sienta especial de alguna forma, como si un cúmulo de accidentes vitales estuviese encaminado a cubrir un vacío en lo más profundo de mi ser. El caso es que entre 1921 y 1922 nacieron cuatro de las personas que más han influido en mi vida, marcando muchos de los ideales y la visión que mantengo del mundo, con las que también he disfrutado muchas horas y a las que admiro profundamente. Estos personajes son: José Hierro, Fernando Fernán Gómez, José Saramago y Carmen Martínez, mi abuela. Como veis, tres de estos protagonistas son famosos y han tenido un reconocimiento social, a excepción de mi abuela, que sólo ha soportado una vida llena de adversidades y trabajo. Cada uno de ellos ha llevado caminos diferentes y, seguramente, ninguno de los cuatro se conociera, sin embargo, los he hecho míos y sus andanzas son parte esencial de mi educación sentimental.

En concreto, de José Hierro, poeta único, guardo en la memoria un puñado de poemas que son suficientes para entender la complejidad de la existencia, el desconcierto de hallarnos perdidos en mitad de la intemperie. Decía, por ejemplo, que en el dolor se encuentra la alegría porque así nos sentimos vivos. Era un persona honesta, sensible, buena y con sentido del humor. Y escribía sus versos sentado en la mesa de un bar acompañado por una copa de chinchón, muestra incontestable de cómo una vida sencilla puede esconder la mayor de las riquezas, qué más se puede pedir.

El segundo referente es José Saramago, creador de una realidad fantástica. Me mostró la fábula de un mundo corrompido por la ceguera, la violencia, la incomprensión, pero en igual medida, de como la belleza siempre puede salir indemne. El “Ensayo sobre la ceguera” es un demoledor alegato contra la injusticia y el alcance de la perversidad del miedo. Esta novela sigue en mi cabeza después de haberla leído hace mucho, y me permite entender las cosas desde la mirada que aprendí en aquel libro.

El último de los personajes famosos es Fernando Fernán Gómez. En él destacan cualidades como el ingenio, la inteligencia y la fuerza desmesurada de un actor capaz de provocar múltiples emociones con solo su mirada. Pero también en su obra y en su persona sobrevuela un humor demoledor como respuesta lúcida al absurdo de las cosas. Una de sus mejores anécdotas es aquella en la que le preguntan que hizo el día que acabó la guerra civil, y él respondió que nada, simplemente, se dedicó a caminar hasta las afueras de Madrid para comprobar qué había más allá; anduvo y anduvo hasta que entendió que no encontraría nada sorprendente, sólo que podía seguir caminando.

Finalmente está mi abuela. Como entenderéis muchos de vosotros, de quien más he aprendido creo que es de ella. No por el hecho de ser la persona más allegada, o la más inteligente, ni porque haya tenido una vida particularmente asombrosa, sino por su presencia y la manera de mantenerse en pie cuando todo a su alrededor se derrumbaba. Ella cuenta que durante los años cuarenta pasó una temporada terrible en un cortijo que regentaba con mi abuelo. Relata que la comida diaria se reducía a un cocido de garbanzos compuesto por agua, garbanzos, y como ingrediente sustancioso, le añadía un “chorreón” de aceite. Así todos los días. Luego regresaron al pueblo y abrieron una taberna. Siguieron pasando hambre. A mi abuela le encanta contarnos sus historias, siempre lo hace con una sonrisa en los labios. Yo la miro y pienso que no es posible tanta entereza después de haber perdido a casi todos sus seres queridos, después de trabajar hasta el agotamiento más absoluto; rememora el día que cayó al suelo hastiada de trabajar, mareada porque llevaba varios días insomne, sin rabia ni resentimiento, sin tristeza, aceptando que su vida era la que tenía que ser. Yo contemplo el mundo que me rodea y no entiendo esa gente que se jacta de hacer cuatro memeces o a esos políticos mediocres que se creen superiores sin haber pasado ni la más mínima de las penurias que pasó mi abuela. Parece que hemos olvidado quién tiro del carro en este país cuando pintaban bastos en las tinieblas del dictador. Creo que en este momento de crisis sería bueno echar la vista atrás y recuperar las enseñanzas de estos ancianos prestigiosos o anónimos, como mi abuela, que dieron tanto sin recibir nada a cambio.

1 comentario:

-- marcaching -- dijo...

La memoria, a veces ingrata, es importante para mantener y perpetuar las enseñanzas, sobre todo si provienen de gente tan importante como los abuelos. Yo, como tu, tuve la suerte de vivencias similares con mis abuelos, y realmente, marcan para toda la vida.

En mi modesta opinión, las casualidades existen, pero la trascendencia se la damos nosotros en el día a dia.


"Aquel que ha sentido una vez en sus manos temblar la alegría no podrá morir nunca" JOSÉ HIERRO