jueves, 30 de abril de 2009

LOS NO MUERTOS

Desde tiempos inmemoriales el ser humano siempre ha temido a la oscuridad. Ya en la más tierna infancia incubamos un miedo irracional a la noche, nos quejamos si nuestros padres no dejan un hilo de luz que proteja nuestros sueños indefensos, como si de las sombras pudiesen surgir criaturas extrañas. Y a la vez, paradójicamente, hemos sentido una intensa atracción hacia lo tenebroso, hacía la mitología vampírica. Y es que el hombre presenta muchas similitudes con los vampiros, estableciéndose como el reverso de nuestro alter ego donde depositamos los impulsos más perversos, violentos y sádicos de la naturaleza humana. Una curiosidad insana con la que liberamos amarguras y con la que podemos soñar con ser inmortales, como un elixir de la eterna juventud, aunque esté sometido al sufrimiento más profundo del alma.

Todas las creencias e historias que se han adentrado en la temática han llevado consigo un halo mágico, como si fueran seres superiores que viven al margen de toda ley, una mezcla de monstruos, humanos y semidioses. Les envuelve un magnetismo que se alimenta de la posibilidad que tienen los no muertos de jugar con la muerte; descansar sobre las sabanas de la nada y poder salir cada noche al mundo para saciar su hambre de sangre. Ha habido muchas tentativas de comprender los sentimientos más profundos de los vampiros, sobre todo, en la literatura y el cine. No obstante, han sido desiguales los logros, oscilando entre el tratamiento más burdo y ridículo hasta la plasmación más seria y respetuosa de todo el universo vampírico. En este sentido, hace unos días vi una de las últimas aportaciones más serias, profundas e intensas que ha dado el cine, la película “Déjame entrar”; una trama de vampiros niños de gran romanticismo, como no podía ser de otra manera, ya que el amor es el medio más puro para sentirse vivo.

En fin, hay que guardar un gran respeto por la mitología vampírica, ya que nosotros también andamos por los límites de ese submundo, la vida es un camino hacia la muerte. Y tampoco nos diferenciamos tanto de los chupasangres, andando de la mano por esta vida; luchamos por nuestra supervivencia, luchamos para evitar que nos aniquilen con estacas de madera o de cemento y luchamos por aceptar el destino que nos ha tocado.

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"Aquel que ha sentido una vez en sus manos temblar la alegría no podrá morir nunca" JOSÉ HIERRO