domingo, 14 de febrero de 2010

Soñando

Otro semana que se va, otra capa de olvido que añadir a una memoria cada vez más llena. Veloces surgen los pensamientos que buscan el asidero de un sueño o una esperanza que nos catapulta libres a un mañana que aún no ha nacido, montados sobre la imaginación invencible que habita nuestro ser, tranquilos y aliviados porque siempre tendremos un refugio que atenúe los pinchazos de dolor que, con tanta saña, alumbra la existencia. De este modo, pasamos los días millones y millones de personas, andando por las calles ajenos a la suciedad y pesadez que soportan los cuerpos, poblando nuestra conciencia de una mágica irrealidad, como personajes de un teatro que se representa entre bambalinas. Construimos escenarios más propicios para el romanticismo. Así, por ejemplo, algunos caminan hacia su trabajo mientras creen despertar en una cama enorme de un hotel misterioso, o como otros, que cuelgan la ropa humeda en el tendedero del patio a la vez que surcan océanos en un velero de papel. Necesitamos, en ocasiones, apartar la visión de la crudeza que nos rodea, sumirnos en un viaje que no va más allá de la punta del pie, pero que nos hace más soportable la caída, nos limpia el corazón, hace que la tristeza parezca una simple marioneta en manos del guerrero que, con nuestro nombre, esquiva las balas afiladas del presente. A veces, cuando estoy solo en mitad de un parque, o en algún lugar concurrido, en silencio me siento invisible y charlo conmigo sobre cómo sería el mundo si pudiese convertirlo en un cuento, transformar los momentos más dolorosos en notas de una dulce melodía, algo parecido a lo que hizo el protagonista burtoniano de Big Fish con su vida. Fantasear con que todo lo que nos ronde, sea bueno o sea malo, tuviese que pasar por el tamiz de la alucinación para ser real. En cierta manera, sería como obtener una mínima victoria sobre la muerte.

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"Aquel que ha sentido una vez en sus manos temblar la alegría no podrá morir nunca" JOSÉ HIERRO