lunes, 22 de diciembre de 2008

El inmigrante de mi calle

Anoche, pasada la una de la madrugada, al llegar a la portal de mi casa se acercó un inmigrante marroquí y me dijo: “por favor, comer”. Yo no sabía que decirle, contesté que no, abriendo los brazos para asegurarle que no llevaba nada encima. El joven, tranquilamente, se excusó por haberme asaltado y dijo: “muchas gracias, no preocupes”. Se dio la vuelta y retomó su camino calle arriba calle abajo. Esas palabras de absoluta sinceridad recorrieron mis huesos impregnándolos de una fría tristeza. Él no deseaba otra cosa que echarse algo a la boca, y yo, no tuve la resolución suficiente para pedirle que esperase unos minutos a que entrase en mi casa y le diese algo de comer. Subí las escaleras desesperanzado por mi torpeza, derrotado por mi falta de humanidad. Entré en la cocina y cogí una pieza de fruta e hice un sándwich rápidamente. Me asomé al balcón para ver si atisbaba al muchacho que deambulaba por mi calle. Estuve un buen rato mirando, pero no lo encontré, parecía que la noche se lo había tragado. Vencido por el desconsuelo me senté en mi cómodo sofá, y las lágrimas empujaban por salir en mis ojos. Hay quedó todo, una oportunidad perdida. No creo que vuelva a cruzarme con él, pero haré todo lo posible para que la próxima vez que me ocurra algo parecido reaccione de otra forma. El mundo puede que sea un mierda, pero si las personas miramos hacia otro lado ante tanta penuria, nos insensibilizamos ante el dolor ajeno y obviamos la miserias que ocurren al otro lado de la ventana, entonces, jamás podremos ver el mundo de otra manera.

1 comentario:

Jose Manuel Almansa dijo...

Si te sirve de consuelo, a mi me pasó algo parecido. Entrando en mi casa a mediodía, vi a un par de marroquíes que me asaltaron pidiendo comida o dinero, y puse la misma cara que tú. Al rato bajé con cosas recolectadas de mi casa, pero nada que hacer... ya se habían ido


"Aquel que ha sentido una vez en sus manos temblar la alegría no podrá morir nunca" JOSÉ HIERRO