jueves, 18 de diciembre de 2008

TOCA HABLAR DE EDUCACIÓN

Toca hablar de educación. No por nada en particular, sino porque para todo aquel que esté implicado en la educación de los niños, el repaso y el juicio sobre la misma debe ser un constante. Valga como ejemplo que los padres todas las noches deben consensuar lo que van hacer al día siguiente con su hijo y no dejar cuestiones tan importantes al azar, tan simple como esto. La profundización en el contenido educativo puede abordarse desde muchos frentes, sin embargo, donde quiero dirigir la atención es hacia la labor individual. Desde este ámbito se obtienen los resultados más sólidos y fructíferos en la enseñanza. Hay que reflexionar sobre lo que cada uno de los mortales realiza con sus propios hijos, el cuerpo a cuerpo, el contacto directo con la realidad, el germen que explique la causa de tantos problemas y fracasos. Después vendrán análisis sobre otras cuestiones como pueda ser el sistema educativo o los valores que transmite esta sociedad consumista y degradada, pero el acto de autocrítica cotidiana ilumina muchos caminos errados en el trato a los menores.

Una consideración primordial es que las personas educamos desde nuestra forma de ser; podemos tener más o menos conocimientos teóricos, manejar múltiples habilidades educativas, pero la clave está en que durante la convivencia continua y diaria con nuestros descendientes no podemos evitar proyectar sobre ellos nuestro carácter, la mirada que ostentamos del mundo, lanzando gestos, actitudes, miedos y miserias de forma inconsciente a la esponja que son los más pequeños. Y ellos, en su ansia de integrarse en la vida que aún desconocen, tratando de afianzar los pilares de la persona que se está forjando, hacen suyo todo lo que ocurre a su alrededor, interiorizan conductas y posturas, en definitiva, se apropian de cualquier señal que le permita reconocerse parte de un grupo humano. Esto, si además lo perciben de los adultos que son su referencia multiplica exponencialmente la influencia de los mismos. Por eso, hay que tener cuidado y no mostrar el lado más oscuro de nuestro ser cuando interaccionemos con ellos.

¿Qué se puede hacer? De entrada hay que dejar claro que no existen varitas mágicas, ni teorías que sean la panacea. Cualquier actuación que se realiza con los niños de forma directa o indirecta debe partir de una reflexión previa, aquello que pongamos a su alcance siempre tendrá una intencionalidad educativa lo queramos o no, ni las palabras que decimos ni las acciones que ejecutamos caerán en saco roto. En esta tarea sin rumbo podremos equivocarnos, no obstante, el problema surge cuando los errores son sistemáticos y repetidos en el tiempo. Además, tampoco pueden aplazarse las funciones propias del hecho de ser padres, el tiempo de los niños es mucho más rápido que el de los adultos, así que requiere de un esfuerzo continuo y diario en todas las situaciones que surjan sea cual sea el momento (que aprendan a bañarse solos, llamar a la puerta antes de entrar, enseñarles a jugar), insignificancias que son capitales para los infantes. El momento en el que los adultos adquirieron este compromiso sin retorno hay que situarlo el día que decidieron ser padres, con lo que conlleva una responsabilidad asumida voluntariamente de por vida.

También hay que preguntarse qué está pasando, por qué hay tanto chavales que delinquen sin miramientos de ningún tipo y con una gravísima ausencia de remordimiento de conciencia, u otros que crecen en una especie de apatía existencial sin ninguna meta en la vida. Las respuestas son infinitas y ninguna totalmente cierta o totalmente errónea. Por eso, es necesario reflexionar diariamente sobre qué le estamos enseñando, no hay que olvidar que no existe experiencia sin reflexión, siempre se puede tropezar en la misma piedra. Así que cuando un adolescente sale de marcha y sus padres no están pendientes de su vuelta, difícilmente podrá adquirir un sentimiento de identificación con otras personas, de asumir las consecuencias de sus actos, si sus propios referentes pasan olímpicamente de lo que él haga. Fundamentalmente existen padres invidentes, directamente no tienen ni idea de qué tienen que hacer con su hijo o delegaron en otros toda responsabilidad educativa.

En definitiva, educar parece una tarea muy compleja, pero no es así. No hace falta tener carreras, ni conseguir los mejores colegios, ni ponerles quinientas clases particulares. Hay que ser conscientes que esas personitas no son propiedad nuestra, que las hemos traído al mundo porque nos apetecía y eso hace que tengamos que entregarle parte de nuestra vida sin esperar nada a cambio. Las cosas cuanto más sencillas mejor: los niños necesitan seguridad, que al regresar del colegio sepan que sus padres van a estar en su casa, necesitan sentirse queridos para quererse a sí mismos y necesitan que se les exija para que superen sus limitaciones y sientan que son útiles. A nadie le han dado el título de padre o madre, ese lo consigue uno mismo cuando observa cómo crece su hijo. No hace falta nada más.

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"Aquel que ha sentido una vez en sus manos temblar la alegría no podrá morir nunca" JOSÉ HIERRO