jueves, 8 de octubre de 2009

LA SALA

La vida como una estampida de gritos
escapa por las hendiduras
de las ventanas heridas que rodean
la sala de espera de un hospital.
El silencio, león agazapado,
arremete contra el filo de las vidas
que perseveran en las habitaciones.
En la última, vuelve a llorar una mujer
mientras la muerte alza el vuelo
con el aire olor de morfina.

Un joven cabizbajo sale del ascensor.
Se le ve cansado, pero aún lleva
la esperanza apretada en el puño.
De repente una sonrisa nace de su boca,
una chica lo abraza con vehemencia,
debe de ser su novia.

Los fantasmas anclados a su espalda
desaparecen milagrosamente.
Allí mismo, en los limites de una baldosa,
consuelan el dolor y derrumban
las rabiosas sombras que acechan como buitres,
y entierran por un instante sus miedos
tras las cortinas verdes de las paredes.
Yo los miro a prudente distancia
bajo la luz eléctrica y mortecina
de esta maldita sala de hospital.

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"Aquel que ha sentido una vez en sus manos temblar la alegría no podrá morir nunca" JOSÉ HIERRO