martes, 9 de septiembre de 2008

RELATO: "En una esquina cualquiera"

Ahí, tirado cómodamente en mi sofá, en mi casa, tienes la osadía de pedirme que sea un hombre íntegro, que mantenga la serenidad cuando mi mujer ha sido violada y asesinada por tres engendros inhumanos en una esquina cualquiera. Pretendes que me presente mañana en la sala del juzgado con la mirada limpia, sin lágrimas, que no me estalle el cerebro y rebose la sangre de cólera por las orejas. No seas tú el inhumano, abogado. Si miras a tu alrededor comprobarás que el mundo está repleto de injusticias, niños que agonizan durante años por un padre que los mata poco a poco mientras la madre oculta la tragedia bajo un manto de mentiras, gente que muere de hambre, por inanición, debajo de la panza de palacios donde se celebran banquetes opulentos. Y lo peor no es todo eso, sino que, sinceramente, el dolor que siento no es por todas esas miserias sino por mí, egoísta y desalmado, porque he perdido a mi mujer y me importa una mierda el resto del universo. Así que además de sufrir una tristeza insoportable que se clava en mi espalda como avispas en estampida, y sentir que todo me da igual, la muerte o la vida, todavía quieres que permanezca en pie, que siga respirando acompasadamente, que duerma, descanse, ría... Porque eso tendría que hacer si levantara la cabeza, no podría esquivar todas estas cosas, pues la vida ofrece esto sin desearlo, vivir aunque no lo soportes. Entonces, eso sería lo más insufrible, volver a sentir placer cuando el destino se ha cobrado el mayor de mis placeres, el amor de mi existencia.

¿Cuanto tiempo llevamos con esto? La noche ya vuela en la calle. La verdad no sé si deseo matarme ahora mismo o matarte a ti primero. Estoy muy cansado. Necesito vengar la muerte de Lucia y luego vengar tu muerte como mi vida. Todo muerte, muerte, un apocalipsis casero presidido por el vacio, la nada, la ausencia de vida, de dolor. Creo que me estoy volviendo loco. ¿A dónde vas?

¿Qué traes? ¿Para qué me das una pastilla? Quieres adormecerme, no ves que sólo consigues enfurecerme todavía más, no intentes aplacar la ira que hierve en mis huesos, no seas imbécil, sabes que el odio es el único sentimiento que me hace soportable el paso del tiempo y evite arrojarme por la ventana de una vez por todas. ¿Que el suicidio es cobarde? No lo sé, pero no tengo duda de que es respetable. Cuando no merece la pena nada, cuando el motivo para seguir viviendo se ha diluido en la pantanosa oscuridad sin norte, más vale huir, saltar, trasladarse a otra dimensión que no precise cargar tanto lastre, un acto hacia delante que lleva al vacio, una paradoja. De esta forma se organizan las cosas; realizas una acción bondadosa y recibes un castigo inmediato. ¿Qué pasa?, ¿no me crees?. La maldad está impregnada en la piel de la gente; si te descuidas, zas, te traicionan, te abandonan. No me vengas con ingenuidades, abogado. Aaaaaah, me va a explotar la cabeza.

¿Sabes que estoy pensando? Voy a ir a la cárcel donde están esos asesinos y me pararé delante de ellos para conversar. Les miraré a la cara y les entregaré mi cuerpo, que hagan lo que quieran con él, que sacien su ira sin remordimiento sobre mi carne. Así lograré consolar este llanto infinito; recibiré el mismo dolor que Lucia, y de este modo, podré empatizar con los últimos segundos de su vida, alcanzaría la pena que se la llevó. Suéltame, déjame salir.

Estoy cansado de hablar contigo, abogado. Aún no lo comprendes, la vida se estructura con varias vidas consecutivas, y yo, con cuarenta y ocho años consumidos, he gastado la última. Así, sin más. No tiene sentido nada de lo que hemos dicho esta tarde. Ahí fuera, todo sigue igual; el paso de las estaciones, el alarido de los coches, la civilización que se ahoga. Olvídate de todo lo que he dicho, no hagas caso, sólo ve al juzgado y defiende la acusación sin mí, esta lucha ya no conduce a la redención de... En fin, vete ya. Como último favor, en el discurso que realices para exponer el caso quiero que concluyas con una frase que lleva todo el día rondándome y que será una buena rúbrica, dice así: “lo que hagamos con nuestros actos no tendrá reflejo en el exterior de nosotros, sino que nos convertirán en el fruto de los mismos”. Adiós y no vuelvas.

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"Aquel que ha sentido una vez en sus manos temblar la alegría no podrá morir nunca" JOSÉ HIERRO