martes, 14 de octubre de 2008

la enfermedad

Después de varias entradas en las que me sumerjo en composiciones pseudoliterarias, todavía no he comentado cúal es mi mayor obsesión, a la que empleo todo el tiempo que no me quita el trabajo, las tareas domésticas, etc. El hecho de leer un libro o ver cine se ha convertido en una parcela esencial de mi vida, con el tiempo he creado una necesidad diaria difícilmente saciable. No sé si a alguien le pasa lo mismo, tengo que palpar las letras con las manos o imbuirme de historias fantásticas para sentir que el día ha tenido sentido, un bálsamo contra la desidia. Porque si no puedo leer o disfrutar de una película me falta algo, estoy incompleto. Lógicamente, cuando esta carencia se alarga en el tiempo comienzo a padecer los síntomas propios de esta enfermedad: apatía, malestar general, ansiedad, tristeza existencial, etc. Verdaderamente parece una locura, aunque yo no lo valoro así; al comentarlo con un amigo, me reveló que la causa de esta afección se debe a que cuando un individuo anda por la vida buscando explicaciones en la ficción, incorporando sentimientos brotados de la música o reflexiones extraídas de los libros y las películas a su condición humana, queda maldecido para siempre por el obligado consumo, con mayor o menor compulsión, de aquellas historias que cumplan este objetivo. Yo ya sé que mi muerte se deberá a la falta absoluta de cine o literatura. De este modo, si alguien se encuentra en esta situación, después de una ardua búsqueda, el único tratamiento que he hallado para paliar los efectos de esta fabulosa enfermedad es que realice un ejercicio memorístico y recupere la mejor película, libro, serie o disco que haya pasado por sus sentidos durante este año, y comparta el disfrute obtenido con todo aquel que considere pueda estar infectado y sufra los mismos avatares de la dolencia. En mi caso, aporto las mías:

La película: Testigo de cargo.
La serie: A dos metros bajo tierra.
El libro: Cosmópolis, de Don Delillo.
Y el disco: The orchard, de Lizz Wright.

P.D.: Por favor, que alguien ponga remedio a este síndrome de abstinencia

No hay comentarios:


"Aquel que ha sentido una vez en sus manos temblar la alegría no podrá morir nunca" JOSÉ HIERRO