sábado, 25 de octubre de 2008

La casa del molino

Estoy un poco melancólico. Siempre que me pongo a escribir me invade un sentimiento nostálgico, algo así como un deseo de no olvidar lo que es imposible retener ni revivir, porque ahora es propiedad de alguien que fuimos. En fin, quería rendir homenaje a aquellos lugares que nos trasladan a un pasado feliz, a momentos que nos abrigaron de alegría. Da igual que sea un lugar físico, una música evocadora, un amigo que reencontramos después de mucho tiempo y nos devuelve ilusiones abandonadas, no importa. Lo que quería era subrayar o ensaltar aquellos sueños vividos que nos definen como las personas que somos, y sin los que no sabríamos seguir hacia delante. Ahí va este poema:

Para Elisa.


En la casa desvencijada del molino
están sepultados bajo toneladas de mugre
tantos recuerdos que creí perdidos.
Al llegar contemplo que los límites
de las cosas ya no están en su lugar,
como si el óxido del tiempo ennegreciera
el paisaje. Las vigas se tambalean
como ahogados animales moribundos .

Sentado en una piedra al borde del río
cae la alegría bañada en el delgado
hilo de agua que aún pervive,
y oigo cómo regresan las voces perdidas
de los niños entre hojas amarillas
y la silueta fantasmal de seres queridos
que viajan ingrávidos por otros mundos.

Subimos la cuesta, el sol lame los árboles,
calma la tristeza. En los ojos de Elisa
tintinean sueños infantiles que arden
como bengalas desesperadas. Echamos
la vista atrás con la esperanza inválida
de hallar los trozos de vida esparcidos
en las caducas habitaciones para siempre.

miércoles, 22 de octubre de 2008

"Yo no me explico


Cada día me resulta más complicado explicar la existencia, el por qué ocurren unos acontecimientos y no otros, o crear teorías que atenúen la extrañeza que el mundo propone. Muchos autores, filósofos, escritores, artistas, etc., con su arte e inteligencia han elaborado teorías y referencias que guían el pensamiento humano, vertiendo luz a este pozo en penumbra que es la angustia existencial. Porque digamos lo que digamos, a la gran mayoría de las personas, en un momento u otro, cae sobre su cabeza todo el peso de la vida. Ante tal panorama, yo creo haber encontrado una hipótesis que explica parte de dicho desconcierto, y es que, simplemente los actos humanos suelen partir de la paradoja; los dilemas morales, las contradicciones, las traiciones están construidas con este tipo de ecuación.

Así, en nuestro entorno más cercano, es de lo más habitual encontrar individuos que actúan de tal forma: lo mismo en una reunión de trabajo alguien expone una idea totalmente opuesta a lo que está realizando en su quehacer cotidiano y se queda tan pancho, o el rico que en sus ansias de riqueza lleva la más pobre de las vidas, y todavía más, en política, gobernantes defendiendo posturas con palabras que jamás son aplicadas en sus comportamientos.

De este modo y situándonos a un nivel más metafísico, la situación se agrava, ya que cuanto más vivimos más nos acercamos a la muerte, conformándose así la mayor de las paradojas. Y según esto no hay réplica, porque si los pilares fundamentales de nuestra vida vienen marcados por la paradoja desde el principio, prácticamente es imposible no contemplar la realidad desde el absurdo, abocados sin remedio a la confusión provocada por la ausencia de toda lógica en el devenir de los acontecimientos.

A ciencia cierta no tengo clara la utilidad de esta visión de la existencia, sin embargo, a mí al menos me permite no fiarme demasiado de las verdades absolutas, sobre todo viniendo de quien las proclame, sino que pasito a pasito, con un poco de coherencia, escepticismo y reflexión ir capeando el temporal que cae ahí fuera.

martes, 14 de octubre de 2008

la enfermedad

Después de varias entradas en las que me sumerjo en composiciones pseudoliterarias, todavía no he comentado cúal es mi mayor obsesión, a la que empleo todo el tiempo que no me quita el trabajo, las tareas domésticas, etc. El hecho de leer un libro o ver cine se ha convertido en una parcela esencial de mi vida, con el tiempo he creado una necesidad diaria difícilmente saciable. No sé si a alguien le pasa lo mismo, tengo que palpar las letras con las manos o imbuirme de historias fantásticas para sentir que el día ha tenido sentido, un bálsamo contra la desidia. Porque si no puedo leer o disfrutar de una película me falta algo, estoy incompleto. Lógicamente, cuando esta carencia se alarga en el tiempo comienzo a padecer los síntomas propios de esta enfermedad: apatía, malestar general, ansiedad, tristeza existencial, etc. Verdaderamente parece una locura, aunque yo no lo valoro así; al comentarlo con un amigo, me reveló que la causa de esta afección se debe a que cuando un individuo anda por la vida buscando explicaciones en la ficción, incorporando sentimientos brotados de la música o reflexiones extraídas de los libros y las películas a su condición humana, queda maldecido para siempre por el obligado consumo, con mayor o menor compulsión, de aquellas historias que cumplan este objetivo. Yo ya sé que mi muerte se deberá a la falta absoluta de cine o literatura. De este modo, si alguien se encuentra en esta situación, después de una ardua búsqueda, el único tratamiento que he hallado para paliar los efectos de esta fabulosa enfermedad es que realice un ejercicio memorístico y recupere la mejor película, libro, serie o disco que haya pasado por sus sentidos durante este año, y comparta el disfrute obtenido con todo aquel que considere pueda estar infectado y sufra los mismos avatares de la dolencia. En mi caso, aporto las mías:

La película: Testigo de cargo.
La serie: A dos metros bajo tierra.
El libro: Cosmópolis, de Don Delillo.
Y el disco: The orchard, de Lizz Wright.

P.D.: Por favor, que alguien ponga remedio a este síndrome de abstinencia

lunes, 6 de octubre de 2008

EL BAÑO

Pasado mañana es el cumpleaños de mis sobrinillas. Tengo la sensación que al estar junto a las renacuajas, el tiempo es menos áspero y los sinsentidos dejan de serlo. Hace algunos meses inspiraron el poema que aquí traslado. Quiero dedicarselo también a todos "esos locos bajitos" que pululan por vuestro mundo y que, gracias a su inocencia, mantienen viva la esencia dulce de vivir:


A María, Pilar y Raquel.

En el limbo inasible de la tarde,
cuando la noche entreabre sus puertas
y el día pende en el hilo del olvido,
tras la fortaleza invisible de las ventanas
los niños juegan con naves espaciales
en el océano de una bañera.
Inocentes, ajenos a toda fiereza,
juegan con patitos de goma
mientras los padres velan sus fantasías
y los empujan a través de tormentas y miedos,
contra su propio miedo,
hacia el umbral del futuro.

Entre las enredaderas del tiempo,
los niños van diluyéndose en el agua,
y ya no hay patitos de goma ni naves especiales.
Los desesperados padres, locos enamorados,
buscan las huellas de los sueños
que dejan sus hijos en este viaje
de trenes impredecibles.

"Aquel que ha sentido una vez en sus manos temblar la alegría no podrá morir nunca" JOSÉ HIERRO